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Llegó a la sesión en una mezcla de tristeza, irritabilidad y enojo. Aparentaba escuchar, se movía todo el tiempo, se quejaba de que su mamá solo miraba el celular y no lo escuchaba, decía que los niños lo molestaban, incluso los que eran más pequeños que él, en casa todos le gritaban y era el culpable de todo…. No sabía qué hacer con esos sentimientos, no sabía qué hacer con su vida.

Poco a poco empezamos a hablar de lo que sentía y por qué? Su atención parecía detenerse a momentos para ver si aquello de lo que hablábamos daba la pista para entender el torbellino de emociones en el que vivía; al poco tiempo de prestar atención, se paraba de nuevo y daba vueltas por el espacio de trabajo que compartíamos, parecía doler demasiado como para enfrentarlo.

Comprendimos lo que es una consecuencia, él pensaba que era “el castigo” que los papás nos aplican por no “portarnos bien”, comprendimos que realmente es el efecto de lo que “yo hago, es el resultado de mis palabras y de mis acciones” y comprendió que las consecuencias pueden ser positivas o negativas pero sobre todo que cada uno de nosotros tenemos el control de ellas.

Eventualmente empezó a identificar lo que sentía y por qué.

Eventualmente empezó a relacionar sus acciones con los resultados de ellas.

Eventualmente empezó a regular sus emociones y a cambiar su conducta.

Finalmente dejo de tener conflictos con los demás y cuando los tenía los enfrentaba con palabras.

Finalmente tuvo amigos y se pintó una sonrisa en su cara.

Lograr la sonrisa de un niño o niña que no tiene amigos, que sufre de Bullying o que se siente solo es la experiencia más maravillosa que uno puede vivir, aquella que cambia su vida y enriquece la nuestra. Saber que logramos poner un granito de arena en hacer de la vida de otro un poco mejor es aquello que queda en nuestro corazón y nos llevamos para siempre.

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